Normas en el entorno familiar

La crianza de un hijo es una aventura que en ocasiones nos sumerge en un mar de dudas acerca de si lo estaremos haciendo bien. Muchas veces pensamos que estamos siendo padres demasiado estrictos, les pedimos demasiado a los niños, les impedimos hacer muchas de las cosas que les apetece, les damos órdenes acerca de cómo han de comportarse, de las tareas que han de realizar, etc. Y en ocasiones nos reconocemos como padres permisivos cediendo a todas las demandas, o incluso exigencias, de nuestros hijos. A menudo nos asalta la duda, ¿me querrá menos si le digo que no a lo que me está pidiendo?, ¿dejará de quererme y querrá más a su padre/madre?

NORMAS Y LÍMITES, ¿SON NECESARIAS?

La respuesta es SÍ, son fundamentales para que nuestros hijos conozcan cómo han de actuar en el entorno en el que se encuentran, y con respecto a sus familiares, educadores y otras figuras de referencia. Pero el establecimiento de estas normas o límites va más lejos y nos sirven como guía en el desarrollo de sus habilidades sociales y relacionales. Establecer estos límites ofrece a los niños sensación de seguridad, les permite comprender el funcionamiento del contexto en el que se tienen que desenvolver.
TODO EL DÍA DÁNDOLES ÓRDENES… ¿IMPORTANTES?

¿Por qué me enfado siempre con todo?, ¿por qué he de estar constantemente diciéndole a mi hijo que ha hecho algo mal?, ¿por qué todo son órdenes en casa?

Recoge la ropa, no pintes en la pared, guarda los juguetes, no grites así, no pegues a tu hermano, deja de saltar, lleva esto a papá, haz los deberes, siéntate bien, cállate que estoy hablando yo… Llega un momento en el que nos crispamos con intensidad por cualquier motivo, sí, por cualquiera, tanto si es por no guardar los lápices de colores como por dejar encendida la luz del baño cuando nuestro hijo ya había salido hacía un buen rato. Y descubrimos que es la misma intensidad con la que nos crispamos cuando insulta a su hermana o cuando nos ha pegado porque no le dejamos el teléfono móvil.

Para que esto no ocurra podemos recurrir a una sencilla clasificación, y la realizamos nosotros mismos, en función de la importancia que para nosotros tiene el cumplimiento de cada norma en el ámbito familiar. Diferenciamos entre normas:

  • FUNDAMENTALES, si no se dan estas normas es imposible la convivencia. Son muy pocas y además son NO negociables. En este nivel estaría por ejemplo el respetar a todas las personas de la casa, no pegar, no insultar. No las negociamos y por tanto no podemos “pegar un poco”, o insultar ocasionalmente a mamá o papá. No es aceptable pegar o insultar en nuestra convivencia familiar.
  • IMPORTANTES, si no se dan estas normas se dificulta la convivencia. Tienen que ser pocas y, a diferencia de las anteriores, su establecimiento SÍ se puede negociar. Lo que NO podemos negociar es su cumplimiento. Es el caso del momento de regresar a casa. Nos ponemos en el caso de una tarde en el parque de bolas, el niño no quiere volver a casa a pesar de que es lleva horas jugando y hemos ido dando avisos de que queda poco tiempo para marcharnos. Lo que el niño quiere es quedarse más tiempo jugando, y luego en casa descansar un rato en el sofá mientras ve la televisión. Puesto que es una actividad especial, podemos considerar alargar más ese momento de ocio y quedarnos media hora más; esto tendríamos que negociarlo con nuestro hijo, le podemos ofrecer esa media hora más en el parque y a la vuelta a casa se mete rápidamente en la ducha. Como vemos, negociamos su establecimiento, pero no podemos negociar que se cumpla.
  • ACCESORIAS, son las normas que nos mejoran la convivencia. Estas SÍ podemos negociarlas la mayoría de las veces. En este nivel está el orden del dormitorio, tareas de aseo, colaboración en tareas de casa, la hora de ver la tele, el color de la ropa que hoy se quiere poner etc. Por supuesto que les damos valor, pero no tienen tanto peso en nuestra clasificación en función de su importancia. Nos ayudan a estar mejor en casa, pero su incumplimiento no tiene la misma gravedad que el de una norma fundamental, es decir, si se deja los juguetes en medio del dormitorio sin guardar, no tiene la misma importancia que si insulta a mamá o llega tarde a casa.

Si clasificamos las normas de este modo, conseguiremos:

  • Facilitar la convivencia familiar en un entorno que proporcione seguridad para nuestros hijos, preparándoles para la vida adulta en la que no se puede obtener todo lo que se desea.
  • Descargar la mochila cargada del estrés que nos produce el dirigirnos a nuestros hijos en tantas ocasiones de un modo imperativo, exigiendo o regañando.

 

CONSEGUIR QUE UNA NORMA SEA EFECTIVA

La forma en la que comunicamos las normas a los niños o el modo de establecerlas es tan importante como la norma en sí. Muchas familias consideran que dan demasiadas órdenes, y cuando se paran a pensar en las frases que han dirigido a sus hijos a lo largo de una tarde, se reconocen a sí mismos como demasiado autoritarios o con un tono de  permanente enfado. También es habitual que papás y mamás repitan la misma instrucción varias veces y, sin embargo, no sea exitoso. Pero entonces ¿cómo se lo digo?

Damos por hecho que nos dirigimos a ellos desde el respeto, con amabilidad y con cariño, pero de un modo firme y sereno, consistente y afectuoso. Los niños han de percibir que lo que les decimos es lo mejor para ellos, y para eso hemos de asegurarnos que nos comprenden. Esto lo conseguimos explicando las razones que nos llevan a establecer o consensuar con ellos una norma, y también lo conseguimos si estas normas son:

  • Claras: porque nuestros hijos tienen que tener muy claro qué se espera de ellos, y qué importancia tiene el cumplir esa norma, además de saber qué consecuencias tiene cumplirlas o no.
  • Coherentes: hemos de llevar adelante lo que hemos afirmado y no cambiar las reglas de un día para otro según nuestro estado de ánimo. Por ejemplo, si un día estás agotado y no tienes ganas de emplear tiempo en el diálogo con tu hijo, acabas cediendo ante una norma que ya estaba establecida o pactada. Este es el caso de una niña que quiere el móvil para jugar, sabe perfectamente que solo lo disfrutará un ratito los viernes por la tarde (es lo pactado), pero insiste tanto y estamos tan agotados que se lo dejamos con tal de no escucharle pidiéndolo una y otra vez. Si hacemos esto, damos un mensaje de inseguridad e inconsistencia a nuestros hijos, además de que no darán importancia a las normas porque es fácil no cumplirlas.
  • Adecuadas a la edad: van variando según la responsabilidad que van adquiriendo con los años. Los niños van creciendo y vamos adaptando las normas. Esto sucede con normas relacionadas con el tiempo dedicado a las tareas del colegio, las tareas de casa o los horarios. Pero también con otras como cruzar solo la calle, de pequeñito cruzará de la mano de los papás, evidentemente cuando va creciendo podrá soltarse de la mano, la norma cambia, y más adelante ya cruzará solo cuando esté en verde el semáforo y haya mirado a ambos lados.

Impliquemos a los niños en la elaboración de unas normas conocidas por todos los miembros de la familia, elaboradas desde el respeto,el cariño y la conexión con nuestros hijos.

Firmado: Eva Sempere Navarro – Psicóloga CV-03714

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